domingo, 1 de febrero de 2009

LA EDUCACIÓN DE ROSA I

Un camarero en Madrid

Jorge conocía a Efrén desde hacía mucho tiempo. Él era camarero en un restaurante de Madrid, pero Jorge sabía que no era un camarero al uso. Efrén era chileno, de buena familia, y se quedó en España porque se enamoró de un chico de Madrid en el momento en que llegó, y se quedó a vivir en nuestro país. Sí, Efrén era homosexual, pero a Jorge eso le importaba bien poco ya que era una persona con un magnífico nivel cultural que siempre tenía algo que aportar.

Una vez Jorge invitó a cenar a Efrén y durante la cena él le habló de su familia en Santiago y de los motivos que le llevaron a quedarse en España. Sus padres estaban divorciados y su padre se había casado con otra mujer con la que tuvo una niña. Jorge pensaba que esa niña era pequeña, pero pronto Efrén le sacó de su error.

Rosa, así se llamaba la hermanastra de Efrén tenía 16 años y, por la descripción, era una niña mimada; malcriada por su madre, que la alentaba a sacarle a su hermanastro todos los caprichos mientras Efrén estaba de visita en Chile.

Jorge, que era un hombre con experiencia en “educar” niñas malcriadas, se indignó cuando Efrén le contó que su hermanastra osó descaradamente hacerle chantaje emocional y le dijo un día, en una visita de éste a Chile, que le tenía que comprar un vestido si quería seguir teniendo su cariño.

Efrén fue en sus vacaciones a Chile. Al volver, coincidió que Jorge no se había ido de vacaciones y un día, mientras le atendía comiendo, Jorge le preguntó cómo le había ido y si su hermanita había vuelto a hacer de las suyas.

E.- “Si, en esta ocasión la niñita se empeñó en que le comprase una Game Boy”.

J.- “¿Sabes que le vendría bien a tu hermanita?, unos buenos azotes”.

Efrén asintió, pero se imaginó que era una expresión que Jorge había dicho como se suele decir en estos casos y que no tenía segundas intenciones.

Jorge susurró al oído de Efrén:

J.- “Estaría encantado de dárselos yo si viene alguna vez a España, ya que soy Amo Spanker, ¿habías oído alguna vez ese término?, ¿te escandaliza Efrén?”, preguntó Jorge.

E.- “No, al contrario, me produce un morbo terrible, aunque no creo que ella venga por España”, respondió Efrén.

LA EDUCACIÓN DE ROSA II

Un año después

Había pasado más de un año desde que Jorge y Efrén tuvieron la conversación sobre Rosa. Jorge siguió frecuentando el restaurante donde atendía Efrén, pero no volvieron a hablar sobre ese tema.

Un buen día, Efrén llamó al móvil de Jorge y le dijo:

E.- “Jorge, ¿a que no sabes quien viene a Madrid?. Resulta que me ha llamado mi padre y viene con su mujer y la niñata de Rosa, mi hermanastra. A lo mejor tengo la ocasión de pedirte el favor de que cumplas el ofrecimiento que me hiciste con respecto a ponerle su trasero como un tomate”.

J.- “Si viene con tu padre y su mujer será difícil”.

E.- “Pues no creas. Para ahorrarse la habitación de hotel de Rosa, mi padre me pidió si ella podría quedarse en mi casa y accedí. Además, mi padre se va a ir con mi madrastra a París unos días y Rosa se queda conmigo”.

J.- “¡Magnifico!. Llámame con antelación para organizarlo”, respondió Jorge pensando que Efrén estaba bromeando y que nunca se iba a atrever a ser su cómplice para la sesión con Rosa.

Pasadas tres semanas, Jorge fue a comer un domingo al restaurante donde atendía Efrén. De repente aparecieron también a verlo su padre, la mujer de este y Rosa. Efrén se los presentó a Jorge. Con 17 años, Rosa era una chica guapísima. Delgada, y con cara todavía aniñada, era rubita y tenía unos ojos azules preciosos. Ibavestida en ese momento con un pantalón vaquero ajustado y un top de tirantes color rosa. Todo apuntaba, no obstante, a que tenía todavía una mentalidad infantil y poca experiencia, aunque se notaba que alguna sí, con los hombres. Rosa se ruborizó cuando Jorge le besó en las mejillas en el momento en que su hermanastro les presentó.

J.- “Efrén me ha hablado mucho de ustedes y también de ti, Rosa”; dijo Jorge fijando la mirada en Rosa.

Esa misma tarde Jorge recibió una llamada de Efrén:

E.- “Hola Jorge. Tenemos suerte. Mi padre y su mujer van a irse a París el próximo viernes por la tarde y no vuelven hasta el martes siguiente. Yo puedo cambiar mi día libre para el sábado y llevar a Rosa a tu casa a la hora que me digas. Una vez que la deje contigo, yo me iré al cine, ya que he quedado con unos amigos. Por la noche podemos quedar para cenar Rosa, tu y yo. Así podré comprobar si tu idea ha dado resultado y mi hermanita ha cambiado su actitud con respecto a mi”.

J.- “No es que me importe mucho, pero ¿no tienes miedo de que se lo cuente a tu padre o trate de denunciarnos ante la Policía?”.

E.- “No lo creo. Como te conté, Rosa está en mi casa porque así mi padre no tenía que pagar otra habitación de hotel. Pues bien, ayer le descubrí en su habitación masturbándose mientras miraba la foto de un chico chileno que al parecer le gusta y que quiere salir con ella. Me rogó que no le contase nada a nuestro padre, y yo le dije que a cambio de mi silencio el fin de semana próximo iba también a tener que guardar ella silencio sobre algo que no le iba a gustar. Claro que no se imagina la pobre sobre qué va a tener que guardar silencio”.

Ante las palabras de Efrén, Jorge soltó una carcajada.

LA EDUCACIÓN DE ROSA III

En casa de Jorge

Efrén llevó el siguiente sábado a Rosa a la casa de Jorge a la hora acordada, las cuatro y media. Se las había ingeniado para engañarla y decirle que iban a ir a El Corte Inglés a comprar un CD de Alejandro Sanz que Rosa quería desde hacía tiempo, pero que antes tenían que pasar por casa de un amigo a recoger unas entradas. También se las había ingeniado, aunque Jorge nunca supo cómo, para convencerla de que se pusiese un vestido, en lugar de los pantalones vaqueros que llevaba el día en que se la presentó a Jorge. Con respecto a los gustos de Jorge sobre la ropa interior, Efrén no pudo hacer nada, aunque ya le había comentado a Jorge que había observado que su hermanita no llevaba ropa interior tipo tanga, una prenda que a Jorge le molestaba enormemente en sus sesiones de spanking, ya que era partidario de comenzar la azotaina sobre el algodón de las braguitas tradicionales interior para que éste amortigüe un poco los primeros azotes y vaya poco a poco estimulando las endorfinas de la sumisa de tal forma que le resulte la segunda parte, ya con las nalgas al descubierto, menos dolorosa.

Jorge les espero descalzo, vestido con un pantalón vaquero y un polo blanco. Sonó el telefonillo y unos minutos más tarde el timbre de la puerta. Cuando Jorge la abrió, saludó con un apretón de manos a Efrén y un par de besos en la mejilla a Rosa. Les invitó a pasar al salón y sentarse en el sofá. Rosa no decía nada, no sabía que pasaba y creía que Jorge era el amigo que tenía las entradas que iba a recoger su hermano. Rosa sospechaba que su hermanastro era homosexual y había creído el primer día en que le presentaron a Jorge que él también lo era y que tenía un lío con su hermano. Sin embargo, los dos besos en la mejilla del primer día y los dos besos que le dio abrazándola suavemente cuando le abrió la puerta le hicieron sospechar que Jorge no era homosexual; algo que confirmó cuando él se dirigió a su hermano diciendo:

J.- “La has traído vestida a mi gusto, está realmente guapa”, dijo Jorge tratando de que Rosa percibiese el mensaje.

Era cierto. Rosa estaba especialmente guapa ese día. Llevaba un vestido de tirantes color crema, con un cinturón negro amplio en la cintura a modo de adorno. Era una jovencita preciosa, lo que Jorge deseaba desde hace tiempo: iniciar a una chica joven en la sumisión a través del spanking.

Rosa se estremeció cuando Jorge le hizo el comentario a su hermano y puso una cara todavía de mayor incredulidad que cuando él les había abierto la puerta.

J.- “¿Queréis tomar algo?”, preguntó Jorge.

R.- “Si tienes una Coca Cola, me la tomaría, aunque muy rápido porque mi hermano me prometió ir a El Corte Inglés a comprar un disco de Alejandro Sanz”; se apresuró a decir Rosa para tratar de irse cuanto antes, ya que su cabeza ya le comenzaba a dar vueltas sobre la razón por la que estaba allí.

J.- “¿Tu quieres algo, Efrén?”, preguntó Jorge sin hacer caso a las palabras de Rosa.

E.- “No, gracias”.

Jorge fue a coger la Coca Cola a la cocina y cuando volvió le dijo a Rosa mientras le servía la Coca Cola:

J.- “Así que Rosa el otro día te masturbaste pensando en un chico”.

Rosa se quedó fría. No sabía que decir a Jorge. En su lugar, se volvió hacía Efrén y, como la niña mimada que era, le increpó:

R.- “¡Tu!, ¿por qué se lo dijiste?”

Sin darle tiempo a reaccionar, Jorge la levantó del sofá arragándola firmemente por los brazos, la reclinó un poco y le dio el primer azote en el trasero sobre el vestido; después, la volvió a sentar en el sofá. Rosa se quedó seca de nuevo, su barbilla le temblaba, sus ojos miraban a Jorge con sorpresa, le suplicaban una respuesta. Su mirada había perdido el tono desafiante que había dirigido a su hermano y a Jorge hasta ese momento.

J.- “¡No le vas a hablar así nunca más a tu hermano ni a nadie, niña mimada!”, dijo Jorge elevando la voz.

J.- “Además, ¿crees que a mi me importa que te masturbes?. ¡Contesta a la pregunta que te hice antes!”, exigió Jorge.

R.- “Sí, el otro día me estaba masturbando”, contestó Rosa con un hilillo de voz.

J.- “¡Pobre chico!, no sabe lo que le espera. Seguro que cuando te masturbabas pensando en él, también imaginabas cómo le vas a manipular cuando sea tu novio y cómo le vas a convencer para que te compre alguno de tus caprichitos, ¿verdad?. ¿De la misma forma que haces con tu hermano y con todas las personas que te rodean y te quieren?, ¿verdad?”, aseveró Jorge con un tono suave pero irónico.

Rosa no dijo nada. Se quedó callada ante las palabras de Jorge. Se quedó mirándole a los ojos con la misma expresión en su rostro que había puesto después del primer azote. Tardó casi un minuto en girar la cabeza y mirar a Efrén, ya no con la expresión desafiante de cuando le había increpado, sino con los mismos ojos con los que había mirado a Jorge; suplicándole a su hermano una respuesta. Efrén sonrió, pero no le dijo nada; con el rostro le hizo una seña de que volviese a mirar a Jorge. Rosa volvió a mirarle sin decir ni una palabra.

Jorge se sentó justo al lado de Rosa. Tomó su mano suavemente con la suya y le dijo:

J.- “Rosa, primero perdona por el azote, pero creo que te lo merecías. ¿no crees que a la larga conseguirías más si cambias de actitud y te ganas a las personas con cariño; y no como haces hasta ahora, haciéndoles chantaje emocional y volviéndote una niñata insoportable?”, dijo Jorge; no como una pregunta, sino como una aseveración.

J.- “No me preocupa que cuando vuelvas a Chile te vuelvas a comportar como la niñata que has sido hasta ahora, pero al menos hoy vas a aprender una lección”, añadió Jorge.

La cara de Rosa se volvió colorada. Su expresión estaba cambiando de la duda al pánico, aunque con un atisbo de excitación. Jorge le gustaba y alguna vez había tenido alguna fantasía por la noche sobre una posible relación con un hombre maduro; pero nunca había pensado en algo como en lo que en esos momentos ya sospechaba.

J.- “¡Ahora respóndeme!, ¿qué es lo que crees que debo hacer contigo?, ¿qué es lo que se crees que se debe de hacer cuando una persona que ya se ha convertido físicamente en una mujer se sigue comportando como una niñata mal educada?”, demandó Jorge alzando de nuevo el tono de su voz.

R.- “Noooo, noooo, por favor, por favor”, imploró en voz baja Rosa lloriqueando, mientras miraba alternativamente a Jorge y a Efrén.

J.- “¡Deja de comportarte como una niña y contesta de una vez a mi pregunta!”, dijo Jorge elevando la voz.

Rosa tardó un instante en responder, pero ante la expresión de enfado de Jorge, se apresuró a decir:

R.- “Castigarla”, respondió Rosa con un hilo de voz.

En ese momento, Efrén se levantó al tiempo que decía a su hermana:

E.- “Hermanita, llevo soportando tus tonterías y caprichos durante años; aguantando tus chantajes emocionales. Probablemente esto no valdrá de nada; pero, por lo menos, tendré la satisfacción de saber que alguien te ha dado lo que no te dieron a tiempo ni mi padre ni tu madre. Me imagino, hermanita, que a estas alturas no tenemos que explicarte Jorge y yo lo que te espera. No deseo estar presente ya que, al fin y al cabo, eres mi hermana y, en el fondo, no disfruto viéndo lo que te va a pasar; así que ahora yo me voy al cine con unos amigos. Ya he quedado con Jorge en que él te llevará a cenar unas tapas a José Luis y que yo saldré a vuestro encuentro”, dijo Efrén a Rosa.

Jorge despidió a Efrén en el quicio de la puerta. Rosa no intentó escapar, pero sí osó levantarse y acercarse a la puerta implorando de nuevo a Jorge y a su hermano:

R.- “Noooo, por favor”, lloriqueaba Rosa.

LA EDUCACIÓN DE ROSA IV

En el salón

Cuando Efrén salió, Jorge cerró la puerta con llave. En ese momento Rosa se había sentado en el suelo del hall de la casa hecha un ovilló y comenzó a lloriquear con más fuerza:

R.- “¿Por qué?, ¿por qué?, nooo, por favor”.

Jorge no volvió a hacerla ni caso. Rodeó el hall que daba al salón por la cocina y se volvió a sentar en el sofá:

J.- “Rosa, ¿tu crees que la mejor forma de evitar que sea más duro de lo que voy a ser es seguir comportándote como una niña pequeña?”, le preguntó él. “Cuando te de la gana te levantas y vienes a sentarte aquí. No tengo prisa, pero cuanto más tardes en venir más duro seré contigo. Espero no tener que ir a buscarte y obligarte a que te levantes porque será peor”.

Rosa siguió sollozando, pero se levantó de inmediato y se sentó en el sofá al lado de Jorge.

J.- “Ahora vamos a seguir con la conversación que interrumpimos cuando se fue tu hermano”, le dijo Jorge mientras pasaba un brazo por su hombro y agarraba con su otra mano una de las manos de ella.

El movimiento de Jorge causó de nuevo una excitación tremenda en Rosa. No sabía lo que sentía, no sabía si sentía pánico o deseo, si se estaba enamorando de él a pesar de lo que sabía le iba a pasar o si deseaba que Jorge la desnudase y le hiciese el amor. Realmente en ese momento no pensaba en nada; sentía excitación pero su mente estaba en blanco.

J.- “Antes has dicho que lo que hay que hacer contigo es castigarte. Ya no te voy a preguntar qué como opinas que hay que castigarte, sino que quiero oír de tus labios cómo crees que lo voy a hacer”.

La excitación había provocado que Rosa dejara de lloriquear. Su semblante había cambiado y ahora expresaba una mezcla de alegría, cansancio, excitación y deseo.

R.- “Vas a azotar mi culito”, dijo Rosa casi anhelando que así fuera. “Ahora si crees que con eso voy a cambiar, no lo voy a hacer. Me gusta ver como los demás hacen lo que yo quiero; me excita saber que domino la situación y que me salgo siempre con la mía”, añadió Rosa en tono desafiante, como deseando que sus temores se hiciesen realidad.

J.- “¿Tu crees que ahora estás dominando la situación?”.

R.- “No”, respondió Rosa bajando la mirada al mismo tiempo que esbozaba una sonrisilla.

J.- “Ya hemos hablado bastante y no voy a seguir perdiendo el tiempo en tratar de convencerte con palabras de que debes de cambiar de actitud. Simplemente quiero escuchar si aceptas o no aceptas el castigo, Rosa. No me importa que digas si o no; simplemente quiero oírlo de tus labios”.

R.- “Jorge”, musito Rosa. Dejó pasar unos segundos y prosiguió “¡sí!, acepto el castigo”, “¡sí!, acepto los azotes y me los merezco. Ya sé que no puedo pedir nada de clemencia, pero, por favor, nunca he soportado el dolor muy fuerte y nunca me ha complacido”.

Jorge escuchó las últimas palabras de Rosa mientras se levantaba del sillón y la ayudaba a levantarse agarrándola suavemente de las manos.

J.- “Ahora vas a ir a la habitación de invitados que hay al lado del despacho y me vas a esperar allí con las manos en la nuca y mirando al armario”, le ordenó Jorge

LA EDUCACIÓN DE ROSA V

En la habitación de invitados

Jorge cogió una silla del salón y se dirigió a la habitación de invitados. Se encontró a Rosa en la postura que le había ordenado. Puso la silla en el suelo, se acercó a Rosa por detrás y la abrazó:

J.- “Buena chica. Parece que ya vas aprendiendo a portarte bien”.

Jorge se sentó en la silla y ordenó a Rosa que siguiese con las manos en la nuca, la mirada al frente, y se colocase delante de él. Rosa obedeció. Cuando Jorge la tuvo en frente, le quitó el cinturón que tenía ella en la cintura. Rosa trató de bajar la mirada para ver que más iba a hacer Jorge, pero no le dio tiempo:

¡Plas!, sonó un azote; el segundo que Jorge le dio a Rosa. Ella sabía que iban a venir otros, pero ese segundo lo recibió con mayor excitación y menor sorpresa que el primero.

J.- “¡Ni se te ocurra volver a moverte sin mi permiso ni bajar la mirada!, ¡la mirada al frente!”, exclamó Jorge.

Jorge subió el vestido de Rosa por encima de su cintura. Él pudo confirmar que era preciosa. Tenía una piel muy suave. Además Efrén tenía razón; Rosa llevaba puestas unas bragas blancas de algodón. Ya en ese momento Jorge pudo también comprobar que Rosa apretaba sus piernas y estrechaba sus muslos como queriendo controlar la excitación que sentía.

J.- “Ahora, ¡baja tus manos, crúzalas por delante manteniendo tu misma el vestido levantado tanto por detrás como por delante!”, le ordenó Jorge.

Rosa obedeció. Entonces Jorge introdujo sus dedos entre el borde superior de las bragas de Rosa y su piel y comenzó a llevarlos de uno a otro lado. Parecía que se las iba a bajar, por lo que Rosa realizó un ligero movimiento instintivo hacía atrás. Jorge le ordenó que le mirase y cuando ella vio su rostro enfadado asintió. Sabía que si se volvía a mover iba a recibir otros azotes extras. Jorge siguió jugando con sus dedos tanto por el borde superior de las bragas de Rosa como por los laterales. Después se detuvo y le ordenó que se diera la vuelta. Cuando Rosa le dio la espalda, Jorge comenzó a jugar con los bordes traseros de las bragas al igual que había hecho por delante. Rosa se estremecía cuando los dedos de Jorge tocaban su piel suavemente. Jorge se detuvo y sus dedos cogieron todo el borde superior trasero de la prenda de algodón. En ese momento, Jorge le bajó lentamente las bragas justo por debajo de las nalgas, donde comenzaban sus delgadas piernas. Rosa giró la cabeza nerviosa, queriendo ver la expresión de los ojos de Jorge al admirar su culo desnudo.

¡Plas!, sonó otro azote.

Esta vez Jorge no se lo dio con la palma de la mano sino con la parte de arriba de la misma.

J.- “Sigues sin aprender, ¿quién te ha mandado girar la cabeza?”, increpó Jorge.

R.- “¡Perdón, perdón, lo siento!”, exclamó ella.

Jorge le subió las bragas, ya que no quería comenzar la azotaina con las nalgas de Rosa desnudas. Le ordenó que dejara ya de sostener el vestido y pusiese de nuevo las manos en la nuca. Cuando Rosa había cumplido su orden le dijo:

J.- “¡Colócate de nuevo frente al armario y piensa un poco en tu actitud!”.

La estuvo observando un par de minutos de espalda. Cuando él supo que Rosa había reflexionado, le ordeno:

J.- “¡Ven aquí a mi costado y baja las manos!”.

Rosa se puso al lado derecho de Jorge. Él cogió con una sola mano las dos manos de Rosa y apoyó la otra en su espalda para ayudarla a inclinarse al tiempo que le ordenaba:

J.- “¡Sobre mis rodillas!”.

Cuando Jorge la tuvo sobre sus rodillas, le volvió a subir el vestido lo más que pudo, más arriba de la cintura.

J.- “Vas a pasar un rato largo sobre mis rodillas, Rosa; ¿tienes algo que decir?.

R.- “¿Puedo decirte algo, aunque sé que no va a influir en contra mía ni a favor?”, dijo ella muy excitada.

J.- “No solamente puedes, sino que debes”, respondió Jorge.

R.- “Gracias por todo lo que vas a hacer para educarme”, dijo ella ya entregada mental y físicamente a Jorge.

¡Plas!, esta vez Jorge propinó a Rosa un fuerte azote con su mano abierta en una de las nalgas de Rosa.

R.- “¡Ay!, graacciaas”, grito Rosa lloriqueando.

J.- “¡Gracias ¿qué?!”, dijo Jorge enfadado.

R.- “¡Graaacias Jorge!”, exclamó ella.

¡Plas!, sonó otro azote en la otra nalga de Rosa igual de intenso que el anterior.

R.- “¡Ay!”, grito de nuevo Rosa. “¿Qué he hecho ahora?, ¿qué me faltó por decir?”, protestó ella.

J.- “¿Estás aprendiendo, no?. Si estás aprendiendo algo, ¿qué eres con respecto a mi?, ¿qué eres en el colegio?, preguntó Jorge con una risa irónica.

R.- “Soy tu alumna”, dijo Rosa sin mucha convicción.

J.- “Y si eres mi alumna, ¿qué soy yo para ti?”, preguntó Jorge.

Rosa no contestó. Sabía lo que tenía que decir, pero deseaba, aunque temía la reacción de Jorge ante su silencio.

¡Plas!, ¡plas!, ¡plas!...

Jorge propinó a Rosa una tanda de azotes no tan fuertes como los primeros sobre sus bragas. Rosa no pudo ni quiso contarlos, sólo quería que Jorge parara; fueron apenas dos minutos, pero a ella le parecieron eternos. Se había dado cuenta de que Jorge la dominaba y que a partir de ese momento le iba a ir mejor respondiendo rápidamente a sus preguntas.

Jorge paró de azotarla. Mientras él comenzó a frotar sus nalgas con sus manos a modo de caricia, Rosa dijo:

R.- “¡Contestaré, contestaré!. Seré obediente”.

J.- “Entonces volveré a repetir la pregunta, ¿qué soy yo para ti?”, preguntó de nuevo Jorge.

R.- “¡Mi profesor, mi Maestro!”, exclamó Rosa al instante.

J.- “También puedes llamarme Amo, que es más corto, o Señor. Y ¿qué se le dice a tu Maestro, Amo o Señor, Rosa?”, preguntó esta vez Jorge.

R.- “¡Gracias!, se le dice ¡gracias!, ¡gracias Maestro!”, gritó Rosa.

¡Plas!, ¡plas!, Jorge dio un cachete más suave que los anteriores en cada una de las nalgas de Rosa.

Esta vez Rosa no protestó ni lloriqueó.

J.- “No lo has hecho bien, Rosa”, dijo Jorge en tono condescendiente. Si me consideras ya tu Maestro, ¿cómo se deben de dar la gracias?”, preguntó Jorge riéndose de nuevo.

R.- “¡Gracias mi Maestro, muchas gracias mi Maestro!”, dijo Rosa.

J.- “¡Levántate!”, le ordenó Jorge.

LA EDUCACIÓN DE ROSA VI

El primer orgasmo

Rosa obedeció a Jorge y se colocó frente a él con los brazos sueltos a la altura de las caderas, sin intentar llevárselos a su culo ya un poco rojizo y algo dolorido. Jorge se levantó y la abrazó fuertemente, le beso primero en la frente y después en una mejilla. Rosa estaba temblando de excitación. Cuando la iba a besar en la otra mejilla, Rosa intentó acercar su boca a la de Jorge para que este la besara ahí, pero Jorge fue más rápido, la apartó y le besó la otra mejilla.

J.- “Todavía te queda mucho que aprender, pero ya está comenzando a dar síntomas de ser un poco más obediente”, le dijo Jorge cariñosamente.

R.- “Mi Maestro, aceptaré todos los azotes que me quieras aplicar y la educación que me quieras dar, pero, por favor, si lloró no me lo tomes en cuenta, ya que nunca me han pegado fuerte y me duele mucho”, le dijo Rosa, poco convencida, con la intención de excitar a Jorge.

Él la volvió a abrazar y le preguntó a modo de orden.

J.- “¿Qué?, ¿dispuesta a seguir?.

R.- “Sí, mi Maestro”, respondió Rosa rápidamente.

Jorge volvió a sentarse y ayudó a Rosa a ponerse sobre sus rodillas. Como ella había permanecido de pié con el vestido levantado y éste no había caído mucho sobre su cuerpo, Jorge no tuvo que hacer mucho esfuerzo para subírselo al lugar donde lo tenía en la primera tanda de azotes.

J.- “¿Preparada?, preguntó Jorge.

R.- “¡Sí, mi Amo!”, exclamó Rosa.

¡Plas!, ¡plas!, ¡plas!, ¡plas!, ¡plas!...

Rosa estuvo un rato sobre las rodillas de Jorge recibiendo azotes, algunos de ellos muy suaves, casi eróticos y otros un poco más intensos, pero todavía todos ellos con las bragas puestas. Rosa no decía nada, sólo gemía, sollozaba, intentando que a penas Jorge la oyera para no enfadarle; sufriendo dolor y también excitación con él y por él. Cuando Jorge paró, ella dijo:

R.- “¡Gracias, mi Maestro!”.

Entonces él volvió a acariciar durante un largo rato sus nalgas para mitigar el dolor. De repente, Jorge volvió a introducir sus dedos entre el borde de las bragas y la piel de Rosa. Rosa se dio cuenta de que había llegado el momento en que Jorge se las iba a bajar definitivamente y una de sus manos, seguía apoyada en la otra, hizo un leve movimiento hacía atrás con la intención de evitarlo.

J.- “¡Eh!”, dijo Jorge en tono amenazante.

Rosa volvió a apoyar rápidamente la mano en el suelo, mientras Jorge deslizaba con las manos las bragas justo entre el borde inferior de sus nalgas y sus rodillas. Al separarse la tela de la braguita de su entrepierna, Rosa sintió un tremendo placer que no comprendió.

R.- “¡Aahh!”. Un leve gemido salió de la boca de Rosa mientras apretaba fuertemente las piernas y los glúteos. “¡Graaaacias, mi Maestro!”, prosiguió Rosa temblando.

Jorge sabía lo que aquello significaba. Estaba orgulloso porque había logrado que aquella jovencita alcanzase un orgasmo, probablemente el primer gran orgasmo que había tenido producido por un hombre, aunque él no estaba tan seguro de ello. Sin embargo, Jorge no le hizo caso ni le dijo nada y se hizo el indiferente.

J.- “Tus nalgas ya tienen colorcito, pequeña”, dijo Jorge riendo.

R.- “¡Queman mucho!”, protestó ella.

Jorge comenzó a frotar, a acariciar la piel de las nalgas de Rosa; en algunos casos amasando los glúteos.

R.- “¡Aahh!”, volvió a gemir levemente Rosa mientras tenía un segundo orgasmo.

J.- “Bueno, vamos a continuar”, aseveró Jorge sin dar tiempo a Rosa a contestar ni a darle las gracias.

¡Plas!, ¡plas!, ¡plas!, ¡plas!, ¡plas!...

Jorge siguió azotando el desnudo culo de Rosa durante un rato largo, al menos diez minutos. Varió la intensidad y la posición desde donde dejaba caer su mano, y realizaba breves paradas para que su mano y la piel de Rosa pudieran descansar. Durante las breves paradas acariciaba la piel de las nalgas de Rosa bajando a veces por la parte de la entrepierna sin llegar a acariciar en dicha parte sino en su borde.

Cuando su mano estaba ya cansada, paró.

J.- “Rosa, ¡levántate!”, le ordenó.

LA EDUCACIÓN DE ROSA VII

Convertida en mujer

Rosa obedeció.

J.- “Ahora, ¡vete al cuarto de baño, abres el mueble que hay debajo del lavabo y encontrarás una cesta con unos cepillos del pelo, trae el que tiene el mango de madera!”, le volvió a ordenar.

Rosa obedeció. Jorge pensaba que iba a protestar o suplicarle que no le azotara con el cepillo, pero no fue así. Rosa volvió, le dio el cepillo a Jorge y ella misma se volvió a colocar sobre sus rodillas.

¡Plas!, ¡plas!, ¡plas!, ¡plas!, ¡plas!...

Jorge le dio a Rosa una tanda de azotes corta y suave, apenas 3 minutos, con el cepillo. La piel de Rosa presentaba un aspecto que más que parecerse al color de su nombre, ya mostraba un rojo intenso. Cuando terminó la tanda de cepillo, le ordenó que se pusiera de pié y, cuando ella así lo hizo, el se levanto, la estrechó de nuevo entre sus brazos, y le dijo:

J.- “Por esta ocasión, Rosa, ya se han terminado los azotes. Espero que el hecho de que los mismos te hayan producido también placer no haya sido un impedimento a la hora de hacerte ver que debes cambiar tu actitud.

R.- “No, mi Maestro, he aprendido la lección y además te imploro que si alguna vez vuelvo a portarme mal, intensifiques el castigo”, contesto Rosa abrazándose fuertemente a Jorge.

Jorge separó a Rosa delicadamente de su lado y le ordenó:

J.- “¡Rosa!, ahora quiero que te desnudes ante mí exhibiendo todo tu cuerpo. Cada vez que te quites una prenda me la entregarás diciendo: te entrego esta prenda, mi Maestro, como símbolo de sumisión y obediencia.

Rosa obedeció. Cuando estuvo completamente desnuda, Jorge se levantó, volvió a abrazar a Rosa y le ordenó que se echase desnuda boca abajo sobre la cama. Era la primera vez que Jorge pudo observar completamente el coño de Rosa y las gotas, fruto de los dos orgasmos, que se deslizaban por la entrepierna de ella. Jorge la contempló, pero no tocó con su mano ninguno de esos lugares; solamente acarició de nuevo las nalgas de Rosa, mientras le susurraba:

J.- “Ya hemos terminado por completo la sesión. Ahora te voy a dejar un rato en esa posición para que reflexiones sobre todo lo que hoy a acontecido”.

Jorge volvió al cado de los 10 minutos y le ordenó a Rosa:

J.- “Ahora, levántate, vete al cuarto de baño a darte una ducha y vuelves aquí para vestirte”.

Rosa obedeció sin decir nada. Cuando estuve vestida se presentó ante Jorge, le abrazó fuertemente mientras le decía:

R.- “¡Gracias por todo, mi Maestro!. Me has convertido en tres horas en una mujer, antes era una niñata. A partir de ahora tendré respeto por todos los que me rodean y me aprecian”.

Rosa intentó dar un beso en la boca a Jorge, pero este se lo impidió diciendo:

J.- “Rosa, ¿tu crees que ahora mismo no te deseo?”.

No permitió que Rosa contestase y continuó diciendo:

J.- “Si ahora hiciese lo que deseas, Rosa, conseguirías en cierta forma salirte con la tuya. Eso no me impide decirte que mañana domingo, por tu propia voluntad, vendrás aquí por la tarde y entonces ya decidiré qué hacer contigo”.

R.- “¡Sí, mi Maestro, gracias mi Maestro!.

Salieron de la casa de Jorge y fueron al garaje. Rosa estaba callada, pero sonreía a Jorge con ojos de deseo. Dentro del coche, Jorge arrancó el motor, pero antes de iniciar la marcha, se giró hacía Rosa y le ordenó:

J.- “¡Separa las piernas!.

Rosa obedeció. Él, entonces, la abrazó, la besó con fuerza en la boca al tiempo que apoyó su mano en la entrepierna de ella presionando por encima de sus bragas su clítoris. Rosa gimió gritando y alcanzó su..., ella no sabía que número hacía, no había podido seguir la cuenta de los que había tenido. A continuación, Jorge encendió el coche y se dirigió al restaurante donde habían quedado con Efrén para la cena.

Al llegar a cenar donde estaba Efrén, Rosa le dijo a su hermano:

R.- “Efrén, perdóname por todo lo que te he hecho hasta ahora”.

R.- “¡Ah!, y gracias también por recurrir a Jorge para mi educación. Si me vuelvo a comportar mal contigo, te ruego que me lo digas y que también se lo digas a Jorge para que me lo tenga en cuenta si vuelvo a España”.

El resto de la cena, Rosa no dijo nada más. Escuchaba a Jorge y a Efrén hablar sobre temas variados y ponía mucha atención a lo que decían mientras sonreía con cara de felicidad. Jorge sabía que ella estaba absorta, recordando lo que le había pasado. Jorge se dio cuenta de ello porque observó que en algún momento de la cena, Rosa volvió a apretar las piernas y sus ojos mostraron que había vuelto a alcanzar de nuevo un gran placer.

Rosa, por supuesto, volvió al día siguiente por la tarde sóla a casa de Jorge y por voluntad propia.

FIN.