viernes, 24 de abril de 2009

Relato de hotel

Introducción

Éste es el primer relato sin ninguna relación con ninguna experiencia vivida que publico en mi blog. El resto de los relatos que hasta ahora he publicado, tienen, en mayor o menor porcentaje, un cierto grado de testimonio autobiográfico que asegura una cierta relación entre realidad y ficción. Lo comencé a relatar para una chica de Sevilla que quería combinar spanking con sexo forzado, pero que al final no quiso vivir la experiencia. Lo dejé en aquel momento inacabado; y, ahora con más tiempo, he decidido finalizarlo para disfrute de todos los lectores de mi blog a los que les pueda excitar. Espero que os guste.

Relato de hotel I

La llegada

Os habéis escrito por correo electrónico. Un fin de semana él se acerca a Sevilla. Te ha avisado previamente por móvil sin decirte ni a que hora te llamaré ni el día del fin de semana que lo hará (tal vez el propio viernes por la noche cuando llegue en el AVE, tal vez el sábado por la mañana o por la tarde, o el domingo a primera hora). Simplemente te ha ordenado que tengas el móvil encendido y que estés dispuesta a acudir al hotel que él te diga en cuanto te lo ordene.

De repente suena el teléfono, es él. Te ordena que acudas al Barceló Descubrimiento y que le llames cuando estés en la recepción. Previamente te ha exigido que le relates qué ropa tienes en tu armario disponible. Cuando lo has hecho, te dice cómo tienes que acudir vestida, eligiendo una falda de tubo gris y una blusa blanca, y un conjunto de braguitas de algodón no tanga y sujetador a juego.

Llegas a la recepción del hotel, la conserje que está en la recepción te mira sospechando algo, hasta es posible que te hayas encontrado en el hall con algún conocido del barrio de Nervión o de la zona donde trabajas. Los saludas con cierta vergüenza, poniéndote algo colorada.

Relato de hotel II

La habitación

Le llamas desde el hall, te dice el número de habitación y te da ordena que llegues en tres minutos. “¡Imposible!”, piensas para ti, el hotel es tras grande que en tres minutos no llegaré. Te apresuras, casi corres, “¡no me da tiempo seguro!”, piensas mientras te excitas solo de pensar que él te ha dado esa orden sabiendo que no vas a poder cumplirla.

Te acercas temblando a la puerta de su habitación que encuentras entreabierta. Tocas despacito con los nudillos en la puerta y él te ordena entrar y cerrar tras de ti. Te acercas hasta la cama doble. Antes de llegar a la habitación en si, has pasado junto a la puerta entornada del baño; notas algo, intuyes una presencia, pero sigues adelante.

Relato de hotel III

La resistencia

De repente, cuando estás ya al lado de la televisión, él sale del cuarto de baño rápidamente. No lo ves acercarse por detrás. No te da tiempo a reaccionar. Te tapa la boca, te arroja sobre la cama. No hablas, ¡no te engañes!, no hablas no por el pánico sino porque te lo impide el deseo, que vas notando en tu sexo a través de la humedad de tus braguitas. Te resistes, él te da la vuelta y te da un par de azotes en tu culo, por encima de la falda. Te vuelve a voltear y te ata las manos a la espalda. ¿Con que me ha atado cuando terminó de azotarme, te preguntas?, la sensación de la fina cuerda de cáñamo en la piel de tus muñecas responde a tu pregunta. Lo último que ves son sus manos colocándote un antifaz en tus ojos. La oscuridad no es total y logras ver algo por la parte de abajo del mismo. No te lo ha colocado del todo bien y las rendijas de abajo te dejan entrever su sombra y sus movimientos, pero no todos los pasos que da, ni tampoco toda la luz. En ese momento te das cuenta de que él lo colocó mal a propósito, para que tu excitación fuese mayor.

Te desabrocha la blusa. Te mueves, intentas escabullirte. Él te vuelve a voltear, te levanta la falda y te vuelve a dar un par de azotes en tu culo, esta vez más fuertes, sobre tus braguitas. En esa ocasión tú, boca abajo sobre la cama, sientes que después de los cachetes vendrá algo más, dos dedos de su mano rozan delicadamente el algodón de tus bragas tratando de hallar el punto adecuado; cuando lo han logrado, los dos dedos presionan con fuerza en el lugar y logran que alcances el primer orgasmo.

Te vuelve a colocar boca arriba. Tu blusa desabrochada, la falda remangada sobre tu cintura, estás ante él en ropa interior. ¡Nooo!, exclamas con tu mirada, aunque sabes que el antifaz impide que él vea esa expresión de tu mirada. Demasiado tarde para emitir una queja; sin darte cuenta, en un abrir y cerrar de ojos, te ha despojado de las bragas de un tirón sin romperlas. Crees que ese es el momento de decir algo; tal vez un agradecimiento por haber sido delicado y que no tengas que comprar otras bragas nuevas porque no te las haya arrancado de cuajo, o una queja por haber sido tan bruto. Da igual, él ha adivinado tu intención y te coloca un pañuelo entre tus dientes que te deja respirar pero te impide hablar. “Hablar o chillar sí me lo impide, lanzar gruñiditos no”, piensas al tiempo que lanzas el primer gruñidito cuando él te vuelve a abrir bruscamente las piernas; y el segundo cuando sus dedos ya no encuentran ningún impedimento en explorar tu coño, que a esas alturas ya está absolutamente empapado. Él no dice nada. Tú hubieses deseado que él te hubiese dicho algo obsceno para excitarte más, como “niña mala, todavía no hemos casi empezado y ya estás empapada, so zorrita”. Él, sin embargo, prefiero el silencio que todavía logra que te excites más al pensar que podría ser él u otra persona. Sabes que es él, estás segura.

Inconscientemente, casi sin desearlo, y a pesar de alcanzar el segundo orgasmo, sientes que tu deber es tratar de no ponérselo fácil y lanzas unas pataditas en el aire. Le enfadas, y esta vez coge la silla del hotel y la coloca en el medio de la habitación. Te levanta, deshace el nudo de las muñecas atadas por detrás y lo vuelve a hacer poniendo tus muñecas por delante de tu cuerpo. Todavía de pié te abraza contra él dándote un beso en el cuello al tiempo que susurra en tu oído “ahora verás lo que pasa por dar patadas y no estarte quietecita”. Se sienta en la silla, te coloca sobre sus rodillas y, en ese momento, cuando su mano descarga una buena tunda de azotes sobre tus nalgas ya sonrojadas, comienzas a entender el significado de las palabras que te susurró con antelación. La piel de tus glúteos arde, pero traspasa las terminaciones nerviosas de dichos músculos para acercarse a tu pubis en forma de excitación. Él intuye cuando llega ese ardor y detiene la azotaína. Pasa solo un par de segundos desde que el último azote de su mano, cuando de nuevo sus dedos de deslizan entre tus piernas hasta que la yema de su índice masajea tu clítoris llevándote a perder la noción del tiempo por tercera vez.

Relato de hotel IV

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Relato de hotel V

La felación

Ha puesto un cojín sobre el suelo delante de la cama, y presiona con sus brazos tus hombros obligándote a ponerte de rodillas ante él. Cuando estás así, sientes que el artilugio que te había puesto en tu sexo se activa y comienza a vibrar con distinta intensidad. Previamente habías notado que, cuando se echó a descansar a tu lado en la cama él se había quedado desnudo, probablemente en calconcillos aunque no lo veías. Por eso, ahora, tú humillada ante él, jadeando por la incomodidad y el deseo, presientes lo que va a venir. Te quita el pañuelo que te había puesto en la boca, y con una mano te agarra del pelo y atrae tu cabeza hacía su miembro erecto que ya sientes en tu garganta. Te da una pequeña arcada por la rapidez y la sorpresa, pero en seguida sabes cómo acompasar el ritmo de tu respiración a la garganta profunda que te está haciendo realizar. Atrae y separa tu cabeza hacía su miembro dentro de tu boca. Cuando la atrae mantiene unos segundos hacía él tu cabeza como queriendo que su miembro entré todavía más en tu garganta. Para unos segundos y saca su miembro de tu boca, diciéndote “ahora con la lengua en mis cojones y en el escroto”. Tú pasas la lengua como si estuvieses degustando un rico helado por las zonas que él te ha ordenado. Lo haces lentamente, ves que le excita. Vuelve a tomar tu cabeza, mete su miembro, y comienza de nuevo el movimiento del principio. Repite varias veces la operación de sacarla y obligarte a lamerle el escroto y volver a meterla en tu boca. Se tira así unos cuantos minutos, tal vez cuarto de hora aunque tú no lo sabes con exactitud. Aunque ya le notas muy excitado, no sabes tampoco cuando va a parar para pasar a hacer lo que tú deseas, follarte, ni sabes si realmente va a hacer eso. “Espero que no se corra en mi boca porque si no, no va a recuperarse para follarme. Claro que, por otra parte, así evitaré que me penetre mi otro agujerito; porque para tres seguidos, seguro que no le da”. Él ha adivinado tus pensamientos, y te susurra “no te preocupes, guapa, tenemos todo el tiempo del mundo, ¿o es que crees que te voy a permitir irte cuando quieras?, espero que hayas dicho en casa que no vas a dormir y que no hayas quedado con nadie después por la noche”. Sus palabras te hacen estremecer, tú habías pactado con él que fuese un encuentro largo, pero que no se prolongara más de tres o cuatro horas. No habías quedado con nadie por la noche, pero no le habías dicho a tus padres que no ibas a ir a dormir. Intentas expresar esos pensamientos mediante un gruñido que sale muy leve de tu garganta ya que es acallado por el ritmo de su miembro entrando y saliendo de la misma. De repente, él incrementar el ritmo al tiempo que comienza a aumentar su respiración y unos gemidos salen de su boca. Piensas “se va a correr en mi boca”. Tarde, en el momento en que estás pensando eso, su semen inunda tu boca. Es un sabor al que estás acostumbrada y te gusta, pero que prefieres dejar para ocasiones posteriores y nunca para un primer encuentro. Te falta el resuello e intentas apartar su miembro de tu boca para respirar y descansar. Su nueva frase te deja helada, “como se te caiga una gota de tu boca, cojo el cinturón y no voy a ser tan suave como antes”. Piensas “noto dos gotitas en mi barbilla de cuando intenté sacar su polla, y espero que no se dé cuenta de las mismas y en todo caso me lo dijo cuando ya se me habían resbalado”. Piensas esto al tiempo que sigues chupándosela hasta que notas que se encoje y el mismo la retira de tu boca.

Se va, se aleja hacia el cuarto de baño dejándote de rodillas sin decirte nada. Antes de irte, te ha vuelto a colocar el pañuelo en tu boca, y sientes que cuando lo hace el pañuelo se impregna de las dos gotitas que habían resbalado por tu barbilla. Vuelve del cuarto de baño, pero no te levanta ni te dice algo. Te deja en silencio y a oscuras al apagar también la luz principal de la habitación. Aunque notas que ha encendido una luz de la mesilla, prácticamente la oscuridad es total. Te duelen las rodillas, te sientes humillada por el sabor de los restos de su semen en tu boca y porque te haya dejado a oscuras, te escuecen los pezones por las pinzas, te molesta el plug en tu ano, y sientes un cierto placer y cosquillas en tu coño por la vibración del huevo. Todo esto junto hace que no puedas más y te dejes caer de lado en el parqué convulsionándote por el gran orgasmo que acabas de alcanzar.

Deja pasar unos 10 minutos, y de repente sientes un poco mas de luz. Ha vuelto a encender la luz principal. Se acerca, te inclina hacia sus pies por lo que tu culo queda en pompa; y, mientras te obliga a besárselos, descarga tres o cuatro cinturonzazos sobre tu culo, un poco más fuertes que los primeros, pero sin llegar a ser tan fuertes como sonaban en su amenaza. “Aunque dejaste caer parte de mi leche antes de que te lo advirtiese, deberías de haberlo evitado por tu propia voluntad. Por eso, para castigarte, te he mantenido de rodillas un buen rato. Sin embargo, tú te has permitido tener un orgasmo y dejarte caer de lado; por eso te acabo de azotar con el cinturón”. No te ha gustado ni sus frases ni el escozor que sientes sobre tus nalgas; no era eso lo que esperabas de la sesión, y crees que no debías de haber quedado con él. Comienzas a expresarlo con varios gruñidos de queja y movimientos para tratar de soltarte las cuerdas de tus manos; ya harta de la postura, de las pinzas, de los aparatitos en tu interior y de los azotes.

Le da igual. Adivina tus intenciones y te levanta del suelo. Te da un beso en la frente y te abraza. Vuelve a ser un truco para que tú creas que lo ha entendido y que va a ser más bueno contigo. Solamente te das cuenta de ello al notar que su miembro se ha puesto erecto de nuevo.

Relato de hotel VI

La violación

Sigue sin decir nada desde la última frase explicándote por qué te castigó con el cinturón. De repente te coge fuerte por los hombros y te empuja sobre la cama boca abajo. “Bueno, al menos esta postura ya es más cómoda”, piensas. Él ha vuelto a adivinar tus pensamientos. Con una mano coge las cuerdas que atan tus muñecas y tira de ellas hacia atrás, de tal forma que quedas de nuevo apoyada sobre las rodillas en el borde de la cama, con el tronco inferior elevado y el culo en pompa y el tronco superior apoyado sobre tu pecho y cabeza. Él separa un poco tus rodillas para que tus dos agujeros queden expuestos a su voluntad. Para el vibrador y lo retira. Sientes que el placer inunda de nuevo tu cuerpo cuando sale. No sientes lo mismo cuando quita el plug de tu ano. Cierta incomodidad, sin llegar a ser dolor, invade tu estómago, como una sensación de vacío, como si hubiesen utilizado uno de esos aparatos para quitar el aire a las botellas, aunque no te disgusta del todo, pese a que era la primera vez que habían utilizado un plug para ensancharte ese agujero, ya que en las anteriores ocasiones entraron directos. Prácticamente no te ha dado tiempo a notarlo, porque tus pensamientos han vuelto a ser acallados por su polla entrando en tu coñito y bombeándolo. Te coge por las caderas y atrae y aleja tu culo hacia su polla con rapidez y fuerza. No te quita las pinzas regulables de tus pezones y cada vez te duelen más. Te sientes invadida, incomoda, humillada y a su voluntad, y no resistes mucho tiempo antes de que un nuevo orgasmo te haga temblar todo tu cuerpo. “Parará por lo menos un rato al ver que ya ha alcanzado su objetivo”. No, él continúa sin dejar que te recuperes, por lo que el placer pasa rápidamente a ser la sensación contraria, dolor, incomodidad, cansancio, cierto desfallecimiento, y un cierto hastió. Sigue unos minutos, que ya no cuentas porque ya estás medio inconsciente. De repente notas como sale de tu agujero principal. Introduce un dedo en tu ano lubrificado. Después te invade con dos dedos girándolos en tu interior. Después 20 segundos sin que ninguno de tus agujeros inferiores estén invadidos, 20 segundos que no agradeces a nadie, sino sólo en tu mente. De repente notas que, sin quitarse el preservativo, introduce poco a poco y con cuidado su glande en tu estrecho agujerito. Te duele un poco, pero es una molestia que aguantas bien. La introduce un poco y la vuelve a sacar lentamente. Vuelve a introducirla en tu sexo y vuelve a taladrarlo durante unos minutos. Vuelve a sacarla de tu agujero principal y vuelve a introducirla lentamente en tu culo, pero esta vez incrementa un poco más el ritmo, sin llegar a ser la rapidez que utiliza con tu coño. Vuelve a retirarla de tu culo y la vuelve a meter en tu sexo; y, así, repite la operación varias veces. Durante las veces que su polla invadía tu culo, él utilizaba un dedo de una de sus manos, mientras se apoyaba en la otra, para masajear tu clítoris De repente, notas que cuando su miembro está bien grande en tu sexo, incrementa todavía más el ritmo y masajea de nuevo tu clítoris. El ritmo de su miembro erecto entrando y saliendo de tu interior, el dolor del culo que sin nada en su interior siente un vacio, su dedo masajeándote el clítoris, consigue lo que estabas seguro que no iba a pasar por la incomodidad y el desfallecimiento. Ya no sientes ni escozor ni dolor en tus pezones, sino placer y desfallecimiento. Sientes que él también está a punto de correrse. No puedes más y vuelves a tener un orgasmo tremendo, que esta vez expresas con grandes gemidos que salen incontrolados de tu garganta. También por su jadeo y gemidos, te das cuenta de que habéis alcanzado el orgasmo al mismo tiempo. No te ha dado permiso para hacerlo, pero no puedes más y lanzas tu cuerpo hacia adelante estirándolo en la cama. Te temes su castigo, pero te da igual. Él no dice nada, pero se echa hacia adelante al mismo tiempo que tú, manteniendo su polla dentro de ti unos segundos más. De repente, al sacarla de tu coño, te das cuenta de que te arranca otro pequeño orgasmo, una última réplica del principal, casi como un escalofrío.

Se echa a tu lado y te acaricia con su mano la cara y la espalda. Os mantenéis así durante unos minutos. De repente, él, sin decirte nada, te desata las cuerdas, te quita el antifaz y retira de tu boca el pañuelo que te impedía hablar. También quita de tus pezones delicadeza las pinzas que te habían oprimido, aunque tanto él como tu sabéis bien que te seguirá doliendo y escociendo durante largo rato. Antes, él había vuelto a encender una pequeña lámpara, pero apagó la luz principal; por lo que, cuando te quita el antifaz, no te molesta tanto la luz después de haber estado a oscuras durante tanto rato. Se lo agradeces con la mirada. Te vuelve de costado, postura en la que el ya está frente a ti, y os quedáis un rato largo en silencio mirándoos a los ojos. Sus ojos verdes te miran, te habían atraído, pero ahora te hablan en silencio dándote confianza. No dices nada, él tampoco.

Pasáis así 20 minutos. De repente, vuelve a darte una orden, “¡vete al cuarto de baño a lavarte con el gel intimo que te he traído!”. Cumples con lo que te ha ordenado y vuelves a la habitación. Te abraza, se aleja al cuarto de baño, y te deja relajada boca arriba en la cama. Crees que ha acabado todo y qué vais a estar así un ratito más para después vestirte e irte. ¡Ingenua!, no te das cuenta de que vuelve a ser un truco para desconcertarte.

Vuelve. Vas a darle las gracias y decirle que te lo has pasado bien, ya que crees que no va a haber más. Él se da cuenta y te lo impide, “ahora vamos a continuar, pero esta vez porque lo deseas; y, aunque atada, no te voy a poner ni el antifaz ni el pañuelo tapándote la boca”. Asientes con la cabeza, pero sin decir nada. Sabes que, a pesar de tu resistencia y de que no todo lo que te ha hecho pasar estaba consensuado, te has entregado a él, y por eso no hablas. Él hubiera querido que expresases deseo en tu mirada, pero estás un poco cansada; y más que deseo, expresas con ella entrega y agradecimiento.

Para atarte, él vuelve a utilizar las cuatro esposas de cinta que mantenía atadas a las patas de la cama. Coloca una almohada debajo de tu cabeza. Se coloca de rodillas encima de tu boca y vuelve a introducir su miembro en tu boca para que lo vuelvas a poner erecto con una felación. Lo has comprendido bien esta vez, y sabes que él va a dejarte el ritmo que tú quieras, sin agarrarte del pelo ni forzarte. Juegas con tu boca y lengua con su polla y también lames de nuevo sus huevos y su escroto; pero esta vez ves cómo va creciendo y notas su expresión de placer y de agradecimiento en sus ojos verdes y en su rostro. Cuando su miembro ha vuelto a crecer, lo retira de tu boquita y se levanta de la cama.

“¡Qué bien!, me va a follar atada a la cama pero en una postura muy cómoda, boca arriba”, piensas. Él vuelve a adivinar tus intenciones. Esta vez te das cuenta por la expresión de su mirada de que nunca te va a consentir que te salgas con la tuya, ni siquiera en tu mente.

Confirmas tus temores cuando desata las esposas de cinta de tus tobillos y muñecas. De repente te das cuenta de cuál va a ser la postura en la que te va a taladrar esta vez. Ata las esposas de cintas de abajo a tus muñecas y te eleva y eleva tus piernas y tus nalgas hasta forzar la postura en la que alcanza a atar tus tobillos con las dos de arriba. Vas a protestar, vas a decirle que no, vas comentarle que estás entregada a él de verdad, pero que no puedes más. Te callas, no dices nada. Esta vez no es su mirada o sus palabras de advertencia, es porque no te da la gana, te puede más el deseo que el cansancio.

Ni siquiera hablas, sólo expresas susto en tu mirada, cuando toma de nuevo el lubrificante, se unta un par de dedos y te los vuelve a introducir en tu ano. Esta vez casi ni te molesta. Al revés, te da sensación de placer. Juega un rato con sus dedos dentro de tu culo y los saca. Ves como va al cuarto de baño para lavarse las manos y te das cuenta de que, a pesar de tu mamada, se le ha bajado bastante la erección. “Pues en esta postura no sé cómo se la voy a volver a chupar”, piensas. Él vuelve al pié de la cama y se queda de pié haciéndose una breve paja para recuperar la erección. Cuando lo ha logrado, ves como se coloca un preservativo y se pone sobre sus rodillas en la cama cerca de tu pubis elevado al aire. Notas como vuelve a entrar en tu coño y vuelve a taladrarte con el ritmo de la primera vez. Para, la saca y la introduce en tu ano; aunque esta vez a mucha más velocidad que la primera vez, siendo conocedor de que tu agujero ya está completamente dilatado. Comienzas a jadear de nuevo queriéndote volver a correrte, pero entonces unas palabras salen de sus labios, una orden sin que su tono vuelva a ser tan imperativo ni amenazante como en las veces anteriores, una orden que él sabe que vas a cumplir, “aguanta mucho más sin correrte; y, cuando veas que no puedes mas, me pides permiso”. Le miras sin asentir con la cabeza, pero sí con tu mirada. Vuelve a alternar la invasión de tus dos agujeros inferiores con su polla, con distinto ritmo esta vez, unas veces más lento, como tratando de no correrse, y otras más rápido. También vuelve a jugar con sus dedos masajeando tu clítoris, esta vez sobre todo cuando ocupa tu ano. Después de 10 minutos, sientes que no puedes más y le pides permiso para correrte. Él no te lo da, pero esta vez te responde cariñosamente “todavía aguanta un poco más”. Continua un minuto o dos y se para. Se retira de tu coño, que era en ese momento el agujero que ocupaba su polla. Se acerca a tu oído y te pide permiso susurrando “me hago análisis habituales que te puedo enseñar y no tengo ninguna enfermedad de transmisión sexual, ¿puedo quitarme el preservativo y penetrarte sólo el culo corriéndome en él?”. Dudas, pero confías en él y asientes con la cabeza. Se quita el preservativo y te vuelve a taladrar tu ano, esta vez incrementando el ritmo. “Cuando quieras correrte, córrete”, dice él dándote permiso, al tiempo que vuelve a masajear con más intensidad tu clítoris. Te das cuenta de que esta vez él no va a resistir mucho más, y no quieres desaprovechar la que puede ser la última oportunidad del día en tener un gran orgasmo. Comienzas a jadear, sabes que te va a llegar, pero quieres esperar el momento que deseas. Notas como su leche caliente invade el interior de tu esfínter, y no puedes más; entre gemidos tu cuerpo se retuerce con espasmos y calambres de placer.

Pasan unos segundos y él se retira de tu interior. Te besa en la frente y en la boca. Te desata y os volvéis a quedar relajados un rato. Esta vez eres tú la que de repente se gira y apoya su cabeza en su pecho para quedarte casi medio dormida, sin decir ni una sola frase. Él te deja así durante un rato al tiempo que acaricia tu cabeza y tu pelo. Son 15 minutos, pero a ti te parecen sólo 3, te gustaría quedarte así un rato más. Ya te ha consentido mucho, y te das cuenta cuando te vuelve a dar una orden parecida a la vez anterior, “vuelve al cuarto de baño y aséate de nuevo, si quieres dúchate”. Te levantas, le das un beso en la boca de agradecimiento y de provocación ya que nunca deberías de tomar la iniciativa. Te fallan las piernas, pero como puedes te levantas y vas al cuarto de baño a cumplir su orden.

Esta vez te duchas ya que él te lo ha permitido. Mientras lo haces, sientes que su semen comienza a salir de tu ano. Intentas retenerlo contrayendo tu esfínter, pero no lo logras. Lo que sí logras es una pequeña replica de orgasmo que notas, ya no en tu mente sino sólo en tu cuerpo, completamente debilitada por tanto sexo. Mientras terminas de asearte, tu mente comienza a darle vueltas de nuevo a la última orden. “¿Me dejará marchar esta vez?, ¿será ésta la última orden que me da, o la última vez que abusa de mi?”. Los músculos de todo tu cuerpo hablan con tu cerebro y anhelan que así sea, que todo acabe de una vez para poder irte a casa y descansar, o para que él te obligue a quedarte a dormir y llamar a tus padres, pero sin que hagáis nada más. Sin embargo, tu mente no les hace caso y anhela que él siga forzándote en distintas posturas y por todos tus orificios, aunque el resto de tu cuerpo diga basta.

Una voz sale de la habitación y suena imperativa pero suave en el baño, “¡sal del cuarto de baño y ven a mi lado de nuevo, ya!”. Tus piernas tratan de no hacerle caso y de quedarse un ratito más frente al espejo. Sin embargo, tu mente sabe que tiene que obedecer. Vuelves a su lado sin pensar ya en nada, si va a terminar aquella tortura o si va continuar el placer de la misma. Tal vez te resuelva tus dudas su mirada, o tal vez no…