martes, 24 de febrero de 2009

UN DURO FIN DE SEMANA V

Historia de O

“¡Ahora te vas a poner el sujetador y el vestido, las bragas todavía no y vas a venir a la cocina!”. María miró a Guillermo extrañada, pero obedeció. Cuando entró en la cocina llevaba las bragas en la mano y él le ordenó que las dejase sobre la encimera y que pusiese de nuevo las manos sobre la nuca. Guillermo volvió a subir el vestido de María, remangó un poco la parte de abajo del mismo y pasó sus dedos sobre sus labios vaginales. Le introdujo un par de dedos y María gimió de placer.

Guillermo había guardado en el bolsillo de su americana un artefacto muy original: un diminuto vibrador huevo, un poco más grande, pero de la misma apariencia que un tampón.

Guillermo se colocó detrás de María y le ordenó que doblase un poco las rodillas. Ella obedeció y el le colocó el consolador con la vibración ya activada. María gimió de placer, pero seguía pensando que era un juego previo a hacer el amor. Guillermo colocó de nuevo a María las bragas blancas y le ordenó que acicalará el vestido al tiempo que le decía “Ahora sí podemos irnos a realizar la visita prevista”.

María miró a Guillermo horrorizada. El consolador le daba mucho placer, pero ir por ahí en público, que se le notase que andaba raro, que la gente pudiese oír el zumbido, o que viese que ella andaba raro, debilitada y con unos ojos saltones, era demasiado. Ella no sabría si iba a poder soportarlo, aunque le excitaba sobremanera. Por eso no dijo nada. Puede ser que pensase que Guillermo no la iba a hacer llevar aquello mucho rato. Puede ser que pensase que le iba a dejar quitárselo. También puede que la situación le resultase atractiva y que, al no conocerla en Madrid, le importase bien poco lo que pensase la gente.

Bajaron en el ascensor. Como el coche estaba cerca del portal no le costó mucho meterse en él. Guillermo le abrió la puerta del acompañante para ayudarla y cuando se sentó con dificultad, él se agachó y la volvió a besar en la boca. María sonreía, hacía muecas de placer y molestia. No dijo nada en el trayecto y, durante la visita, Guillermo le susurró “pareces el anuncio de las muñecas de famosa”, ante lo que María rió levemente al tiempo que se mordía con los dientes la comisura de sus labios. Hubiese deseado reír a carcajadas, pero no podía.

En un momento de la visita, María preguntó a Guillermo si le daba permiso para ir al baño. Él le dio permiso. María sabía perfectamente que tenía que regresar a su lado con el consolador puesto, ya que, aunque pudiese disimular el paso, Guillermo tendría ocasiones de comprobar si lo llevaba. Tardó un rato en volver y cuando llegó hacía él, le susurró al oído que la perdonase por tardar pero que después de hacer pis había tenido que descansar un momento de los orgasmos que le producía caminar con eso puesto. Guillermo, ante esas palabras, la volvió a besar.

Tiempo después, María confesó a Guillermo que ella pensó que él la dejaría quitarse en algún momento previo a la visita ese “aparatito”. Guillermo era consciente de que si hubiese permitido a María quitarse el vibrador, no habría conseguido otro de los objetivos de un amo, alguna demostración pública o semipública en la que la propia María reconociese que él le tenía dominada. Guillermo no lo había hecho por castigo u otro motivo, sino simplemente por ver la excitación que ese reconocimiento iba a producir en María; como así fue.

Como era la hora de comer, Guillermo se dirigió hacía el restaurante de la primera noche. María entendió sus intenciones y se pasó la comida callada y mirándole mientras sonreía.

Cuando salieron del restaurante fueron de nuevo a su casa. Guillermo volvió a aparcar cerca del portal. Cuando entraron en el descansillo del portal, él dejó intencionadamente que María se adelantase un poco y se dirigiese al ascensor. La agarró suavemente por la cintura, no necesitaba hacerlo ya con fuerza a esas alturas y le dijo “apóyate en mi, porque vamos a subir por las escaleras”. No le contestó y se dejó llevar. Cuando alcanzaron su piso, el tercero, María prácticamente ya no se tenía en pié de los orgasmos que había tenido. Estaba medio desmayada de placer. Él la llevó a la habitación, le quitó el vestido, le quitó las bragas, le quitó el consolador, le volvió a poner las bragas, abrió la cama, metió en ella a María y le susurró al oído “descansa un rato”. María se quedó profundamente dormida.

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