martes, 24 de febrero de 2009

UN DURO FIN DE SEMANA III

En el hotel

En un momento determinado del fin de semana, Guillermo tomó la decisión de que había llegado el momento para María de probar su mano mientras le relataba la larga lista de faltas que había cometido por correo electrónico y también en persona. En uno de los momentos en que iban en el coche Guillermo preguntó a María abiertamente si había venido vestida tal y como le había ordenado. Ella se puso nerviosa, algo excitada y ruborizada, mientras le contestaba que sí, pero que no la llevaba puesta y que la tenía en la maleta en su habitación del hotel. En ese momento él se enfadó y le comentó que tenía la obligación de llevarla puesta en todo momento.

El dirigió el vehículo al hotel de María y subió con ella a la habitación. María había puesto la ropa interior en los cajones del armario de la habitación. De uno de ellos sacó unas bragas blancas de algodón y un sujetador a juego del mismo color.

María se dirigió al cuarto de baño para ponérselos, cuando sintió los brazos de él deteniéndola mientras le decía “¿a dónde vas?”. Sin darla tiempo a responder, Guillermo le ordenó “¡te la vas a poner aquí mismo delante mía!”. María tenía puesto en ese momento un vestido azul de tiras y que tenía la la cremallera detrás. María giró su brazo para alcanzar su mano con la cremallera, “¿qué haces?, ¡ni se te ocurra!”, le dijo él al tiempo que le ordenaba que pusiese las manos sobre la nuca. Se puso detrás de ella y le susurró al oído “tienes mucho que aprender, y lo primero es a no realizar ningún movimiento hasta que te lo ordene”. Guillermo le susurró esas palabras mientras le bajaba la cremallera del vestido. Se volvió a colocar frente a ella y le ordenó que bajase los brazos.

María estaba seria. Él todavía no sabía en ese momento si María se ponía seria ante lo desconocido, o ante la lucha interna que tenía entre el deseo de no aceptar la situación y revelarse ante él, y las ganas que tenía de aceptar sus órdenes. En todo caso cualquiera de las dos razones producía en ella una excitación que transmitía a través de sus ojos.

Cuando bajó los brazos Guillermo el ordenó “¡ahora quítate el vestido y cámbiate de ropa interior!”. Deslizó las tiras del vestido por sus hombros y el vestido cayó a sus pies dejando una visión perfecta de su cuerpo. La verdad es que a Guillermo no le desagradó la ropa interior que llevaba María en esos momentos, pero el hecho de que ella aceptase que no había obedecido sus órdenes fue el motivo por el que él ni siquiera lo mencionó. “¡cámbiate primero el sujetador!”. “¡No!, me da corte”, respondió ella. “María, ¡pon de nuevo las manos en la nuca”, ella obedeció. Él se acercó y se colocó a su costado izquierdo. Puso suavemente su mano izquierda justo debajo del ombligo de ella para impedir la reacción natural de su cuerpo hacia adelante y, ¡plas”, con la mano le dio un sonoro cachete en su nalga derecha; María no musito ni siquiera un ¡Ay!. “Ahora, haz lo que te acabo de ordenar, ¡cámbiate el sujetador!”. María obedeció, desabrochó el corchete de su sujetador y se lo quitó, dejando al aire unos pechos magníficos, cuyos pezones estaban ya queriendo salirse del aura que los rodeaba. Guillermo le acercó el sujetador blanco que se iba a poner y le ordenó que se lo pusiera. Ella obedeció.

Él se volvió a colocar en frente de ella. “¡Ahora las bragas!”, le dijo. María no protestó esta vez, pero dudó un instante antes de llevar sus dedos al borde superior de sus bragas. “¡Quieta!”, le dijo él, “comprendo que te de corte cambiarte delante de un hombre al que todavía no conoces lo suficiente”. María se sintió aliviada y pensaba que Guillermo le iba a dejar terminar la tarea encomendada en el cuarto de baño. Pero él le ordenó “¡date la vuelta y cámbiate ya las bragas de una vez!”. Esta vez María obedeció rápidamente, deseando que Guillermo prácticamente no pudiese ver nada de lo que la parte de abajo de su cuerpo le ofrecía. Que equivocada estaba. Se quitó velozmente las bragas que llevaba, pero no se percató de que Guillermo había puesto las bragas blancas que ella se tenía que poner sobre la silla supletoria que estaba precisamente al lado de él. Cuando se dio cuenta de la situación María se estremeció, se quedó parada, sin saber que hacer. Ni siquiera se volvió hacía él para preguntarle con su mirada. Guillermo recogió las bragas blancas y se fue hacia ella. Él se colocó detrás de María y le puso las bragas ordenándola que subiese primero una pierna y luego la otra. Guillermo le subió las bragas muy lentamente y se las colocó delicadamente rozando su piel con sus dedos. Cogió el vestido de María, le ayudó a colocárselo y le subió la cremallera. “¡coge el bolso y vámonos!”, le ordenó.

En los primeros momentos, cuando volvieron al coche, María estaba callada, no decía nada. Estaba expectante por ver donde se dirigía Guillermo y pensó que iba a llevarla a su casa para comenzar la sesión. No fue así, y Guillermo la llevó a ver otra de las exposiciones que no había podido ver antes de ir al hotel. Poco a poco María fue recuperando el habla y volvió a mostrarse jovial y divertida, aunque no osó realizar ningún comentario sobre lo acontecido en el hotel.

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