viernes, 24 de abril de 2009

Relato de hotel VI

La violación

Sigue sin decir nada desde la última frase explicándote por qué te castigó con el cinturón. De repente te coge fuerte por los hombros y te empuja sobre la cama boca abajo. “Bueno, al menos esta postura ya es más cómoda”, piensas. Él ha vuelto a adivinar tus pensamientos. Con una mano coge las cuerdas que atan tus muñecas y tira de ellas hacia atrás, de tal forma que quedas de nuevo apoyada sobre las rodillas en el borde de la cama, con el tronco inferior elevado y el culo en pompa y el tronco superior apoyado sobre tu pecho y cabeza. Él separa un poco tus rodillas para que tus dos agujeros queden expuestos a su voluntad. Para el vibrador y lo retira. Sientes que el placer inunda de nuevo tu cuerpo cuando sale. No sientes lo mismo cuando quita el plug de tu ano. Cierta incomodidad, sin llegar a ser dolor, invade tu estómago, como una sensación de vacío, como si hubiesen utilizado uno de esos aparatos para quitar el aire a las botellas, aunque no te disgusta del todo, pese a que era la primera vez que habían utilizado un plug para ensancharte ese agujero, ya que en las anteriores ocasiones entraron directos. Prácticamente no te ha dado tiempo a notarlo, porque tus pensamientos han vuelto a ser acallados por su polla entrando en tu coñito y bombeándolo. Te coge por las caderas y atrae y aleja tu culo hacia su polla con rapidez y fuerza. No te quita las pinzas regulables de tus pezones y cada vez te duelen más. Te sientes invadida, incomoda, humillada y a su voluntad, y no resistes mucho tiempo antes de que un nuevo orgasmo te haga temblar todo tu cuerpo. “Parará por lo menos un rato al ver que ya ha alcanzado su objetivo”. No, él continúa sin dejar que te recuperes, por lo que el placer pasa rápidamente a ser la sensación contraria, dolor, incomodidad, cansancio, cierto desfallecimiento, y un cierto hastió. Sigue unos minutos, que ya no cuentas porque ya estás medio inconsciente. De repente notas como sale de tu agujero principal. Introduce un dedo en tu ano lubrificado. Después te invade con dos dedos girándolos en tu interior. Después 20 segundos sin que ninguno de tus agujeros inferiores estén invadidos, 20 segundos que no agradeces a nadie, sino sólo en tu mente. De repente notas que, sin quitarse el preservativo, introduce poco a poco y con cuidado su glande en tu estrecho agujerito. Te duele un poco, pero es una molestia que aguantas bien. La introduce un poco y la vuelve a sacar lentamente. Vuelve a introducirla en tu sexo y vuelve a taladrarlo durante unos minutos. Vuelve a sacarla de tu agujero principal y vuelve a introducirla lentamente en tu culo, pero esta vez incrementa un poco más el ritmo, sin llegar a ser la rapidez que utiliza con tu coño. Vuelve a retirarla de tu culo y la vuelve a meter en tu sexo; y, así, repite la operación varias veces. Durante las veces que su polla invadía tu culo, él utilizaba un dedo de una de sus manos, mientras se apoyaba en la otra, para masajear tu clítoris De repente, notas que cuando su miembro está bien grande en tu sexo, incrementa todavía más el ritmo y masajea de nuevo tu clítoris. El ritmo de su miembro erecto entrando y saliendo de tu interior, el dolor del culo que sin nada en su interior siente un vacio, su dedo masajeándote el clítoris, consigue lo que estabas seguro que no iba a pasar por la incomodidad y el desfallecimiento. Ya no sientes ni escozor ni dolor en tus pezones, sino placer y desfallecimiento. Sientes que él también está a punto de correrse. No puedes más y vuelves a tener un orgasmo tremendo, que esta vez expresas con grandes gemidos que salen incontrolados de tu garganta. También por su jadeo y gemidos, te das cuenta de que habéis alcanzado el orgasmo al mismo tiempo. No te ha dado permiso para hacerlo, pero no puedes más y lanzas tu cuerpo hacia adelante estirándolo en la cama. Te temes su castigo, pero te da igual. Él no dice nada, pero se echa hacia adelante al mismo tiempo que tú, manteniendo su polla dentro de ti unos segundos más. De repente, al sacarla de tu coño, te das cuenta de que te arranca otro pequeño orgasmo, una última réplica del principal, casi como un escalofrío.

Se echa a tu lado y te acaricia con su mano la cara y la espalda. Os mantenéis así durante unos minutos. De repente, él, sin decirte nada, te desata las cuerdas, te quita el antifaz y retira de tu boca el pañuelo que te impedía hablar. También quita de tus pezones delicadeza las pinzas que te habían oprimido, aunque tanto él como tu sabéis bien que te seguirá doliendo y escociendo durante largo rato. Antes, él había vuelto a encender una pequeña lámpara, pero apagó la luz principal; por lo que, cuando te quita el antifaz, no te molesta tanto la luz después de haber estado a oscuras durante tanto rato. Se lo agradeces con la mirada. Te vuelve de costado, postura en la que el ya está frente a ti, y os quedáis un rato largo en silencio mirándoos a los ojos. Sus ojos verdes te miran, te habían atraído, pero ahora te hablan en silencio dándote confianza. No dices nada, él tampoco.

Pasáis así 20 minutos. De repente, vuelve a darte una orden, “¡vete al cuarto de baño a lavarte con el gel intimo que te he traído!”. Cumples con lo que te ha ordenado y vuelves a la habitación. Te abraza, se aleja al cuarto de baño, y te deja relajada boca arriba en la cama. Crees que ha acabado todo y qué vais a estar así un ratito más para después vestirte e irte. ¡Ingenua!, no te das cuenta de que vuelve a ser un truco para desconcertarte.

Vuelve. Vas a darle las gracias y decirle que te lo has pasado bien, ya que crees que no va a haber más. Él se da cuenta y te lo impide, “ahora vamos a continuar, pero esta vez porque lo deseas; y, aunque atada, no te voy a poner ni el antifaz ni el pañuelo tapándote la boca”. Asientes con la cabeza, pero sin decir nada. Sabes que, a pesar de tu resistencia y de que no todo lo que te ha hecho pasar estaba consensuado, te has entregado a él, y por eso no hablas. Él hubiera querido que expresases deseo en tu mirada, pero estás un poco cansada; y más que deseo, expresas con ella entrega y agradecimiento.

Para atarte, él vuelve a utilizar las cuatro esposas de cinta que mantenía atadas a las patas de la cama. Coloca una almohada debajo de tu cabeza. Se coloca de rodillas encima de tu boca y vuelve a introducir su miembro en tu boca para que lo vuelvas a poner erecto con una felación. Lo has comprendido bien esta vez, y sabes que él va a dejarte el ritmo que tú quieras, sin agarrarte del pelo ni forzarte. Juegas con tu boca y lengua con su polla y también lames de nuevo sus huevos y su escroto; pero esta vez ves cómo va creciendo y notas su expresión de placer y de agradecimiento en sus ojos verdes y en su rostro. Cuando su miembro ha vuelto a crecer, lo retira de tu boquita y se levanta de la cama.

“¡Qué bien!, me va a follar atada a la cama pero en una postura muy cómoda, boca arriba”, piensas. Él vuelve a adivinar tus intenciones. Esta vez te das cuenta por la expresión de su mirada de que nunca te va a consentir que te salgas con la tuya, ni siquiera en tu mente.

Confirmas tus temores cuando desata las esposas de cinta de tus tobillos y muñecas. De repente te das cuenta de cuál va a ser la postura en la que te va a taladrar esta vez. Ata las esposas de cintas de abajo a tus muñecas y te eleva y eleva tus piernas y tus nalgas hasta forzar la postura en la que alcanza a atar tus tobillos con las dos de arriba. Vas a protestar, vas a decirle que no, vas comentarle que estás entregada a él de verdad, pero que no puedes más. Te callas, no dices nada. Esta vez no es su mirada o sus palabras de advertencia, es porque no te da la gana, te puede más el deseo que el cansancio.

Ni siquiera hablas, sólo expresas susto en tu mirada, cuando toma de nuevo el lubrificante, se unta un par de dedos y te los vuelve a introducir en tu ano. Esta vez casi ni te molesta. Al revés, te da sensación de placer. Juega un rato con sus dedos dentro de tu culo y los saca. Ves como va al cuarto de baño para lavarse las manos y te das cuenta de que, a pesar de tu mamada, se le ha bajado bastante la erección. “Pues en esta postura no sé cómo se la voy a volver a chupar”, piensas. Él vuelve al pié de la cama y se queda de pié haciéndose una breve paja para recuperar la erección. Cuando lo ha logrado, ves como se coloca un preservativo y se pone sobre sus rodillas en la cama cerca de tu pubis elevado al aire. Notas como vuelve a entrar en tu coño y vuelve a taladrarte con el ritmo de la primera vez. Para, la saca y la introduce en tu ano; aunque esta vez a mucha más velocidad que la primera vez, siendo conocedor de que tu agujero ya está completamente dilatado. Comienzas a jadear de nuevo queriéndote volver a correrte, pero entonces unas palabras salen de sus labios, una orden sin que su tono vuelva a ser tan imperativo ni amenazante como en las veces anteriores, una orden que él sabe que vas a cumplir, “aguanta mucho más sin correrte; y, cuando veas que no puedes mas, me pides permiso”. Le miras sin asentir con la cabeza, pero sí con tu mirada. Vuelve a alternar la invasión de tus dos agujeros inferiores con su polla, con distinto ritmo esta vez, unas veces más lento, como tratando de no correrse, y otras más rápido. También vuelve a jugar con sus dedos masajeando tu clítoris, esta vez sobre todo cuando ocupa tu ano. Después de 10 minutos, sientes que no puedes más y le pides permiso para correrte. Él no te lo da, pero esta vez te responde cariñosamente “todavía aguanta un poco más”. Continua un minuto o dos y se para. Se retira de tu coño, que era en ese momento el agujero que ocupaba su polla. Se acerca a tu oído y te pide permiso susurrando “me hago análisis habituales que te puedo enseñar y no tengo ninguna enfermedad de transmisión sexual, ¿puedo quitarme el preservativo y penetrarte sólo el culo corriéndome en él?”. Dudas, pero confías en él y asientes con la cabeza. Se quita el preservativo y te vuelve a taladrar tu ano, esta vez incrementando el ritmo. “Cuando quieras correrte, córrete”, dice él dándote permiso, al tiempo que vuelve a masajear con más intensidad tu clítoris. Te das cuenta de que esta vez él no va a resistir mucho más, y no quieres desaprovechar la que puede ser la última oportunidad del día en tener un gran orgasmo. Comienzas a jadear, sabes que te va a llegar, pero quieres esperar el momento que deseas. Notas como su leche caliente invade el interior de tu esfínter, y no puedes más; entre gemidos tu cuerpo se retuerce con espasmos y calambres de placer.

Pasan unos segundos y él se retira de tu interior. Te besa en la frente y en la boca. Te desata y os volvéis a quedar relajados un rato. Esta vez eres tú la que de repente se gira y apoya su cabeza en su pecho para quedarte casi medio dormida, sin decir ni una sola frase. Él te deja así durante un rato al tiempo que acaricia tu cabeza y tu pelo. Son 15 minutos, pero a ti te parecen sólo 3, te gustaría quedarte así un rato más. Ya te ha consentido mucho, y te das cuenta cuando te vuelve a dar una orden parecida a la vez anterior, “vuelve al cuarto de baño y aséate de nuevo, si quieres dúchate”. Te levantas, le das un beso en la boca de agradecimiento y de provocación ya que nunca deberías de tomar la iniciativa. Te fallan las piernas, pero como puedes te levantas y vas al cuarto de baño a cumplir su orden.

Esta vez te duchas ya que él te lo ha permitido. Mientras lo haces, sientes que su semen comienza a salir de tu ano. Intentas retenerlo contrayendo tu esfínter, pero no lo logras. Lo que sí logras es una pequeña replica de orgasmo que notas, ya no en tu mente sino sólo en tu cuerpo, completamente debilitada por tanto sexo. Mientras terminas de asearte, tu mente comienza a darle vueltas de nuevo a la última orden. “¿Me dejará marchar esta vez?, ¿será ésta la última orden que me da, o la última vez que abusa de mi?”. Los músculos de todo tu cuerpo hablan con tu cerebro y anhelan que así sea, que todo acabe de una vez para poder irte a casa y descansar, o para que él te obligue a quedarte a dormir y llamar a tus padres, pero sin que hagáis nada más. Sin embargo, tu mente no les hace caso y anhela que él siga forzándote en distintas posturas y por todos tus orificios, aunque el resto de tu cuerpo diga basta.

Una voz sale de la habitación y suena imperativa pero suave en el baño, “¡sal del cuarto de baño y ven a mi lado de nuevo, ya!”. Tus piernas tratan de no hacerle caso y de quedarse un ratito más frente al espejo. Sin embargo, tu mente sabe que tiene que obedecer. Vuelves a su lado sin pensar ya en nada, si va a terminar aquella tortura o si va continuar el placer de la misma. Tal vez te resuelva tus dudas su mirada, o tal vez no…

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