viernes, 24 de abril de 2009

Relato de hotel III

La resistencia

De repente, cuando estás ya al lado de la televisión, él sale del cuarto de baño rápidamente. No lo ves acercarse por detrás. No te da tiempo a reaccionar. Te tapa la boca, te arroja sobre la cama. No hablas, ¡no te engañes!, no hablas no por el pánico sino porque te lo impide el deseo, que vas notando en tu sexo a través de la humedad de tus braguitas. Te resistes, él te da la vuelta y te da un par de azotes en tu culo, por encima de la falda. Te vuelve a voltear y te ata las manos a la espalda. ¿Con que me ha atado cuando terminó de azotarme, te preguntas?, la sensación de la fina cuerda de cáñamo en la piel de tus muñecas responde a tu pregunta. Lo último que ves son sus manos colocándote un antifaz en tus ojos. La oscuridad no es total y logras ver algo por la parte de abajo del mismo. No te lo ha colocado del todo bien y las rendijas de abajo te dejan entrever su sombra y sus movimientos, pero no todos los pasos que da, ni tampoco toda la luz. En ese momento te das cuenta de que él lo colocó mal a propósito, para que tu excitación fuese mayor.

Te desabrocha la blusa. Te mueves, intentas escabullirte. Él te vuelve a voltear, te levanta la falda y te vuelve a dar un par de azotes en tu culo, esta vez más fuertes, sobre tus braguitas. En esa ocasión tú, boca abajo sobre la cama, sientes que después de los cachetes vendrá algo más, dos dedos de su mano rozan delicadamente el algodón de tus bragas tratando de hallar el punto adecuado; cuando lo han logrado, los dos dedos presionan con fuerza en el lugar y logran que alcances el primer orgasmo.

Te vuelve a colocar boca arriba. Tu blusa desabrochada, la falda remangada sobre tu cintura, estás ante él en ropa interior. ¡Nooo!, exclamas con tu mirada, aunque sabes que el antifaz impide que él vea esa expresión de tu mirada. Demasiado tarde para emitir una queja; sin darte cuenta, en un abrir y cerrar de ojos, te ha despojado de las bragas de un tirón sin romperlas. Crees que ese es el momento de decir algo; tal vez un agradecimiento por haber sido delicado y que no tengas que comprar otras bragas nuevas porque no te las haya arrancado de cuajo, o una queja por haber sido tan bruto. Da igual, él ha adivinado tu intención y te coloca un pañuelo entre tus dientes que te deja respirar pero te impide hablar. “Hablar o chillar sí me lo impide, lanzar gruñiditos no”, piensas al tiempo que lanzas el primer gruñidito cuando él te vuelve a abrir bruscamente las piernas; y el segundo cuando sus dedos ya no encuentran ningún impedimento en explorar tu coño, que a esas alturas ya está absolutamente empapado. Él no dice nada. Tú hubieses deseado que él te hubiese dicho algo obsceno para excitarte más, como “niña mala, todavía no hemos casi empezado y ya estás empapada, so zorrita”. Él, sin embargo, prefiero el silencio que todavía logra que te excites más al pensar que podría ser él u otra persona. Sabes que es él, estás segura.

Inconscientemente, casi sin desearlo, y a pesar de alcanzar el segundo orgasmo, sientes que tu deber es tratar de no ponérselo fácil y lanzas unas pataditas en el aire. Le enfadas, y esta vez coge la silla del hotel y la coloca en el medio de la habitación. Te levanta, deshace el nudo de las muñecas atadas por detrás y lo vuelve a hacer poniendo tus muñecas por delante de tu cuerpo. Todavía de pié te abraza contra él dándote un beso en el cuello al tiempo que susurra en tu oído “ahora verás lo que pasa por dar patadas y no estarte quietecita”. Se sienta en la silla, te coloca sobre sus rodillas y, en ese momento, cuando su mano descarga una buena tunda de azotes sobre tus nalgas ya sonrojadas, comienzas a entender el significado de las palabras que te susurró con antelación. La piel de tus glúteos arde, pero traspasa las terminaciones nerviosas de dichos músculos para acercarse a tu pubis en forma de excitación. Él intuye cuando llega ese ardor y detiene la azotaína. Pasa solo un par de segundos desde que el último azote de su mano, cuando de nuevo sus dedos de deslizan entre tus piernas hasta que la yema de su índice masajea tu clítoris llevándote a perder la noción del tiempo por tercera vez.

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